Un Insight de Taligens
Una idea errónea común entre profesionales es creer que sus títulos o certificaciones los califican intrínsecamente para el éxito o para ciertas oportunidades. Si bien las credenciales pueden abrir puertas, no definen por sí solas lo que una persona puede ofrecer. En lugar de apoyarse únicamente en calificaciones formales, los profesionales podrían verse a sí mismos como ofertas dinámicas, capaces de evolucionar con el tiempo. Este cambio, de una mentalidad estática a una generativa, permite a las personas construirse como posibilidades, creando propuestas de valor únicas adaptadas a contextos y necesidades específicas. En este documento abordaremos la relación entre nuestra identidad y las posibilidades. Nuestra afirmación central es que quiénes somos en el mundo—y el alcance de nuestras posibilidades—está mucho más influenciado por cómo los demás nos perciben y se relacionan con nosotros, que por características intrínsecas que a menudo atribuimos a nuestra personalidad. Esta perspectiva desafía las nociones tradicionales de identidad, y nos invita a considerar el profundo impacto de las relaciones, el contexto y nuestra dinámica como seres en constante transformación.
En este documento, te invitamos a explorar la relación entre la identidad pública y la identidad personal, y su conexión con la noción de posibilidades. Nuestra afirmación central es que lo que define quiénes somos en el mundo (identidad pública) y el espectro de posibilidades que se abre ante nosotros está mucho más influenciado por cómo los demás nos perciben que por características intrínsecas que podamos poseer, las cuales a menudo atribuimos a nuestra personalidad o a nuestra autoimagen (identidad personal). Esta perspectiva desafía las nociones tradicionales de identidad, y nos invita a considerar el profundo impacto de las relaciones, el contexto y nuestra capacidad de aprender y desarrollar nuevas habilidades de manera continua. Más allá de títulos académicos o certificaciones formales, nos conviene entendernos como seres dinámicos, que moldean su identidad pública en función del valor que pueden ofrecer a los demás. En otras palabras, vernos como catalizadores de posibilidades para otros.
Nuestra identidad pública (o quiénes somos en el mundo), vista desde una lente ontológica, es una construcción dinámica que vive en la mente de quienes nos rodean, y no necesariamente en la nuestra. A diferencia de la psicología, que tiende a enmarcar la personalidad como un conjunto de rasgos fijos definidos en los primeros años de vida, la ontología se centra en el poder del lenguaje y las relaciones para redefinir constantemente quiénes somos en el mundo y lo que podemos ofrecer, basado en lo que efectivamente podemos hacer. Aferrarnos a nociones fijas de identidad, basadas en rasgos con los que nacimos, limita nuestra capacidad de reinvención y nos deja indefensos ante el cambio. Por el contrario, adoptar lo que llamamos un “enfoque ontológico” abre puertas para reimaginarnos y adaptarnos a las circunstancias cambiantes. Los beneficios de este enfoque incluyen mayor adaptabilidad y capacidad de respuesta ante condiciones cambiantes en nuestro entorno profesional (y, a veces, también personal), relaciones más ricas y oportunidades ampliadas para la creación de valor. Proponemos que este cambio —de una mentalidad estática a una generativa basada en las ofertas que queremos hacer— permite que las personas se desarrollen como posibilidades, volviéndose más emprendedoras y generando propuestas de valor únicas adaptadas a contextos y necesidades específicas.
Nuestra segunda afirmación es que quiénes somos en el mundo también está modelado por nuestras relaciones. Puede sonar obvio, pero vale la pena recordar que somos hijos o hijas de alguien, somos padres porque tenemos hijos, somos amigos porque hay alguien que cuenta con nuestra amistad, somos empleados porque existe un empleador, etc. Estas relaciones crean espacios de interacción en los que nos convertimos en potenciales oportunidades para otros, según la naturaleza de cada vínculo. Lo que puede resultar sorprendente para algunos es que nuestra comprensión de la identidad pública no se basa en algo que vive dentro de nosotros (nuestra personalidad), sino en quiénes somos a los ojos de los demás (sus evaluaciones sobre nosotros). Así, el énfasis no está tanto en cómo nos vemos a nosotros mismos, sino en cómo somos percibidos por los demás. Vemos esta posibilidad —la de convertirnos en oportunidades— como nuestra forma de ser una oferta para otros, seamos conscientes de ello o no. Como padres, somos una oferta de contención y seguridad para el crecimiento de nuestros hijos; como amigos, podemos ser una oferta de escucha y empatía; y como empleados, podemos ser más intencionales en las ofertas que hacemos, según lo que queremos lograr. Mirando la identidad pública desde esta óptica, incluso podríamos decidir cambiar quiénes somos profesionalmente, cambiando el tipo de ofertas (y promesas) que queremos hacer. Hay innumerables ejemplos de personas que comenzaron en una carrera específica (por ejemplo, ingeniería civil) y terminaron como líderes de negocios o CEOs de grandes corporaciones (por ejemplo, Rex Tillerson en ExxonMobil). Dentro de tu propio entorno profesional, seguramente conoces casos de personas que estudiaron ingeniería mecánica pero luego se interesaron por las finanzas y se convirtieron en asesores financieros, o alguien que estudió contabilidad y luego decidió trabajar en recursos humanos.
El diseño ontológico es la práctica de moldearse activamente a uno mismo en el mundo. En lugar de asumir una naturaleza fija, este enfoque cultiva la capacidad de inventarse y redefinirse continuamente. Se alinea con la realidad dinámica del mundo corporativo, donde la adaptabilidad y la innovación son esenciales para el éxito a largo plazo. El núcleo del diseño ontológico está en la capacidad de ampliar nuestra habilidad para hacer nuevas promesas y crear valor. Al desarrollar nuevas habilidades, abrazar distintas oportunidades y estar atentos a tendencias emergentes, las personas pueden expandir sus ofertas de formas antes inimaginables. Esta transformación no se trata de cambiar quién eres, sino de ampliar lo que puedes ofrecer en respuesta a las necesidades de otros. La psicología suele argumentar que la personalidad queda definida en gran medida a los dos o tres años de vida. En contraste, la ontología sostiene que la identidad se configura a partir de las posibilidades disponibles en nuestro entorno. La capacidad de percibir y actuar sobre esas posibilidades no está fija, sino que es generativa y puede cultivarse con el tiempo. Esto significa que, al participar en nuevos espacios y mundos, las personas pueden descubrir oportunidades para crecer y reinventarse.
Estar en el mundo corporativo no se trata solo de logros profesionales o acumulación de credenciales. Se trata de un proceso constante de diseñarse a uno mismo como una oferta única y valiosa, basada en las posibilidades que queremos ser para otros. Al adoptar la perspectiva ontológica, los profesionales pueden ir más allá de visiones deterministas de la identidad, reinventarse de manera continua y generar relaciones significativas y generativas. En un mundo donde lo único constante es el cambio, la capacidad de ver y aprovechar nuevas posibilidades es la habilidad más valiosa de todas.
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